La nueva religión económica tiene un dogma incuestionable que parece estar escrito en piedra como si de las leyes mosaicas se tratara: la intervención pública es el gran problema y el libre mercado la gran solución. Sin embargo, hay un campo de la economía que no sólo revela como nadie esta gran falacia, sino que destapa en toda su crudeza la avaricia más sanguinaria y muchas veces también más criminal: el mercado de los medicamentos.
En teoría la libre competencia en general, y los precios de los medicamentos en particular, sirven para impulsar el progreso recompensando y protegiendo adecuadamente la innovación. Sin embargo, algo debe fallar en toda esta tan bonita teoría cuando los precios de los medicamentos se disparan sin que exista relación alguna con las inversiones realizadas en uno de los países más liberalizados del mundo: el Reino Unido.
En una comunicación al reciente Congreso Europeo sobre el Cáncer, celebrado en Ámsterdam a finales del pasado mes de enero, unos investigadores ingleses han presentado unos más que sorprendentes datos. Los autores han analizado diversos medicamentos esenciales utilizados en los tratamientos oncológicos más habituales, y han encontrado que en los últimos años sus precios han sufrido unos incrementos que únicamente pueden ser calificados de estratosféricos, tal y como lo asevera el hecho de que 14 de estos medicamentos genéricos contra el cáncer haya tenido aumentos de precios superiores al 100% en los últimos siete años.
Sin embargo lo más llamativo del caso es que de estos 14 fármacos vitales para la vida de decenas de miles de pacientes oncológicos británicos el incremento de precios desde el año 2011 ha sido cercano al 500% para dos de ellos (etinilestradiol y clorambucil), un más que disparatado 695% de aumento para la más que veterana ciclofosfamida y una inimaginable subida de más del 1.000% para el busulfan y el tamoxifeno, tal y como se muestra en la siguiente figura.
Y aunque parezca increíble no hay razón científica alguna para estos más que disparatados aumentos de precio, ya que estos cinco fármacos son viejos conocidos para cualquier oncólogo salido de las facultades de medicina en el último medio siglo. Así, el busulfan se patentó en EEUU en 1999, el primer ensayo clínico exitoso con tamoxifeno fue publicado en 1983 y su patente expiró en 2002. La ciclofosfamida es todavía más vieja puesto que cuando se aprobó su uso como antitumoral corría el año 1959 y Fidel Castro acababa de tomar La Habana. Pero quien se lleva la palma son el etinilestradiol y el clorambucil, medicamentos que llevan siendo utilizados en clínica desde 1943 y a mediados de la década de los años 50 del siglo pasado, respectivamente.
Y aunque como indica la BBC, los hospitales pueden conseguir luego rebajas sobre estos precios de catálogo, la realidad es que con esta situación el Servicio Británico de Salud está pagando estos fármacos mucho más caros que hace un lustro. ¿Y el motivo por el cual esto ocurre? pues aunque nadie quiere dar la cara, la respuesta es simple: la libre empresa.
Y no se crean que esto ocurre únicamente en las tierras de su graciosa majestad, ya que por ejemplo hace un par de años un avispado "inversor" estadounidense, el más que ignominiosamente famoso Martin Shkreli compró el Daraprim, un viejo medicamento antimalárico y antiparasitario aprobado por la FDA en 1953 ya que observó que aunque la patente del fármaco había expirado, no había en el mercado ninguna versión genérica disponible. El nuevo dueño decidió subir su precio sin avisar y de un día para otro desde los 13,5 hasta los 750 dólares por pastilla, un incremento más que estratosférico del 5.500% simplemente porque las leyes del mercado así se lo permitían. Los candidatos presidenciales del momento Hillary Clinton y Donald Trump criticaron este atraco a mano enguantada, pero por supuesto nadie osó cuestionar el sistema económico que permitía tal monstruosidad. A pesar de las críticas recibidas por parte de todos los estamentos médicos y sociales estadounidenses Shkreli afirmó en un entrevista, más que ufano por su sagacidad empresarial, que
Si hubiera una compañía que vendiera un Aston Martin al precio de una bicicleta, y nosotros compramos esa compañía y luego le ponemos el precio de un Toyota [al automóvil], no creo que eso deba ser un crimen.
Y el directivo tenía toda la razón, según las leyes del libre mercado los vendedores ponen un precio porque suponen que los consumidores van a pagarlo. Y por supuesto, no hay consumidor más fiel que ese pobre enfermo cuya vida depende de unas pastillas, valgan estas 13, 750 o 10.000 dólares.
Y el corolario de todo este tema es que si se deja en manos del capitalismo la salud de las personas no hay bolsillo, ni público ni privado que lo aguante, salvo por supuesto si se es un multimillonario como Shkreli, que siempre podrá pagar sus medicamentos al precio que quieran venderlos otros "inversores" sin escrúpulos como él.
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