En el tema de la religión hay una duda clave a dilucidar ¿las personas creyentes lo son porque son menos inteligentes? o ¿la religión bloquea la inteligencia de las personas?
Las personas, tanto religiosas como increyentes, asumen que los individuos piadosos tienen un problema con la ciencia: son más incompetentes, es decir, más incapaces de desenvolverse frente a cuestiones científicas. Ahora bien, ¿este estereotipo tiene alguna realidad? Pues para resolver esta duda unos investigadores estadounidenses han realizado una serie de experimento sociales. Y la respuesta no puede ser más reveladora.
En un reciente estudio nuestros investigadores han llegado a dos conclusiones importantes. Primero, los cristianos están menos interesados e identificados con la ciencia que los no cristianos. Nada extraño en principio, ya que la religión implica una sumisión mental incompatible con cualquier desarrollo intelectual.
Segundo, cuando se comprueba la habilidad científica de los cristianos frente a los no cristianos, los primeros (como no podía ser de otra manera) fracasan con respecto a los increyentes. Ahora bien, cuando se plantean las mismas cuestiones científicas bajo un contexto de simple habilidad intuitiva sin ninguna connotación científica los creyentes cristianos (y esto es lo llamativo) resuelven los problemas planteados de la misma manera y con idéntica aptitud que los individuos no religiosos.
En resumen, los creyentes no es que sean menos aptos o inteligentes que los irreligiosos, es que simplemente (y esto es lo descorazonador) anulan sus propias capacidades intelectuales cuando detectan que el asunto a tratar concierne al uso racional de su propio intelecto.
Y este es el gran y terrible peligro de la religión: que es capaz de convertir a personas inteligentes en meros débiles mentales, incapaces de desarrollar toda sus potencialidades intelectuales. Y por ello la religión debería ser considerada (cuando menos) como una droga, una cadena o un obstáculo para el normal desarrollo de las aptitudes racionales de los individuos.
Y entonces es absolutamente evidente que es un maltrato y una crueldad monstruosas condenar a un niño a la superstición religiosa sabiendo que ello va a implicar que esa pobre persona va a llevar durante toda su vida la pesada carga de una ignorancia y una sumisión intelectual que le van a lastrar para siempre. Y eso sólo tiene un nombre: maltrato infantil.
Fuente
Diario de un ateo
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