Todo el que tenga hijos pequeños y haya caminado alguna vez con prisas conoce perfectamente la sensación: después de llevarlos un rato a cuestas, los brazos se cansan y tenemos que soltarlos para que caminen unos metros por sí mismos para recobrar fuerzas. Ahora imaginemos la misma escena, pero caminando por el barro hace alrededor de 12.000 años y rodeado de hambrientos depredadores. Algo así debió suceder a finales del Pleistoceno en lo que hoy es el desierto de White Sands, en Nuevo México, según interpretan Matthew R. Bennett y su equipo de investigadores, a partir del sendero de huellas fosilizadas que han encontrado en este lugar. El rastro de huellas humanas, que tienen 1,5 km de longitud, es el más largo documentado hasta ahora y cuenta una historia verdaderamente intrigante.
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