martes, 29 de mayo de 2018

Políticos que aplican la Ciencia: rara avis más que perspicaces #La Ciencia y sus Demonios #noticias


El método científico es con toda seguridad la mejor herramienta de que dispone la Humanidad no sólo para comprender la realidad, sino también para algo mucho más importante a efectos prácticos: para tomar decisiones racionales a la par que eficientes. Por ello, los responsables del bien público deberían tener muy presente los métodos y las conclusiones científicas si quieren de verdad solucionar los problemas de la ciudadanía.

En Occidente se tiende a pensar que la democracia es un simple asunto de números, en donde las decisiones deben tomarse por mayoría aun cuando estas puedan ser no sólo erróneas, sino contraproducentes, onerosas para las arcas públicas e incluso altamente dañinas para los sectores más desfavorecidos de la sociedad. Y sería bueno que cuando la ciencia presenta sus evidencias, la política pasara a un segundo paso y sirviera para implementar el conocimiento obtenido.

Y un ejemplo de todo ello es la actual obsesión por los recortes. Economistas y políticos neoliberales repiten incansablemente que la mejor forma de ahorrar dinero en las maltrechas arcas públicas es abandonar cualquier tipo de ayuda social, dejando que cada ciudadano sobreviva lo mejor que pueda con sus propias fuerzas. Y este razonamiento, además de criminal, resulta que es también un disparate económico, tal y como lo demuestra el siguiente caso que lleva desarrollándose en las paradisiacas islas Hawái durante los últimos años.

Allí un tal Josh Green, perspicaz senador del estado insular, que además es médico de urgencias en un hospital isleño, estuvo analizando durante tiempo el problema de la pobreza extrema, la de esos vagabundos que malviven en todas las ciudades del mundo desarrollado, porque en su jornada de trabajo tiene que tratar de manera habitual a muchos de ellos. De tal manera que nuestro protagonista, aparte de atender a estos desheredados fue un poco más allá y analizó el problema desde una perspectiva científica más global. Al final de su estudio, que derivó hacia el campo de la economía observó, no sin cierta sorpresa, que estas personas que sobreviven prácticamente sin nada, resulta que sin embargo son una costosísima carga para las arcas públicas.

¿Y cómo puede ser eso? se preguntarán ustedes. Porque los ciudadanos normales tendemos a pensar que estos pobres parias de la sociedad moderna no necesitan nada ya que viven en la calle, comen desperdicios y se visten con harapos. Pues nuestro inteligente híbrido de político, médico y científico social descubrió que precisamente por no tener y no necesitar en apariencia nada, estos pobres desheredados entre los desheredados sufren de multitud de enfermedades de todo tipo. Y como el sistema sanitario, ni siquiera en los más que privatizados EEUU,  no ha llegado (todavía) hasta el punto de dejar morir en la calle como a perros a estos pobres desechos humanos (cosa que de seguir así, muy probablemente llegará a ocurrir más pronto que tarde), pues cuando uno de ellos está tan evidentemente enfermo que hasta esos ciudadanos normales y corrientes que habitualmente ni les vemos le remuerde (aunque sea sólo un poquito) la conciencia, llama con su flamante smartphone a los servicios de emergencia y entonces se pone en marcha un costosísimo dispositivo de ambulancia, atención médica en la calle, ingreso en urgencias y varios días o semanas de hospitalización. Proceso que nuestro más que inteligente protagonista ha determinado que puede salir por la friolera de varias decenas de miles de dólares cada vez que se pone en marcha para evitar poco más que la muerte inminente del desgraciado indigente.

Porque lo más llamativo del caso es que este dinero gastado sirve únicamente para prolongar el sufrimiento y la agonía del sujeto, puesto que en cuanto el vagabundo se encuentra lo suficientemente recuperado obtiene el alta médica, y evidentemente vuelve a su desgraciada vida, es decir a convivir otra vez con el frio, la lluvia, la comida en mal estado y todo tipo de patógenos que se ceban sobre sus maltrechas carnes. De tal manera que no es para nada infrecuente que unas pocas semanas o meses después de la intervención médica, el mismo deteriorado y pobre despojo humano vuelva a necesitar otra vez nuevos cuidados médicos intensivos que únicamente terminan cuando el pobre hombre acaba finalmente falleciendo.

Así, nuestro senador hawaiano ha estudiado el caso de un vagabundo que en poco más de 4 años tuvo que ser hospitalizado 21 veces por las más diversas dolencias. Y por supuesto, en ninguna de las ocasiones el desgraciado pagó nada (porque nada tenía) de una más que abultada factura que ascendió en conjunto a varios cientos de miles de dólares, por lo que al final es el estado insular el que tiene que hacerse cargo de los honorarios médicos. El mencionado político ha indicado también que este caso no es excepcional, sino que un grupo relativamente pequeño de vagabundos con la salud muy deteriorada (los más pobres entre los pobres) necesitan de media atención médica por valor de unos 120.000 dólares al año, dinero que por supuesto es pagado religiosamente con los impuestos del resto de los hawaianos.

Por ello y teniendo en cuenta que el gasto de mantener a un vagabundo en un centro de acogida es de unos 18.000 dólares al año, este médico lleva batallando años para que en Hawái a los sin techo se les considere enfermos crónicos y puedan ser ingresados en residencias especializadas en donde, además de tener una mejor calidad de vida, encima ahorrarían bastante dinero público proveniente de los contribuyentes norteamericanos.

En resumen, que los servicios y ayudas sociales no sólo no son un despilfarro sino que, además de un acto de humanidad con los más desfavorecidos, son un buen negocio para la sociedad porque lo más barato para todos es cubrir las necesidades básicas de los más desfavorecidos y ya puestos de toda la ciudadanía. O eso, o ese futuro que nos presenta a veces la ciencia ficción en donde los desheredados son expulsados o directamente eliminados, utopía con la que muy probablemente sueñan algunos, pero que todavía (aunque no crean, que al paso que vamos todo se andará) no se atreven a defender en voz alta.

P.D.

Esta entrada es una reelaboración de otra previa publicada en mi blog personal.

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