lunes, 9 de abril de 2018

Año 2018: Pamplona celebrando la más irracional superstición médica medieval #La Ciencia y sus Demonios #noticias


España es quizás el único país occidental que parece haber parado su calendario allá por la lejana y más que oscura Edad Media. Porque sólo así se puede entender que en una época en donde el conocimiento científico es abrumador y junto con el esfuerzo y el tesón de miles de científicos de los dos últimos siglos se ha  podido explicar cómo se producen, se expanden, desaparecen y hasta se eliminan las epidemias, todo un consistorio en pleno rinda erróneo y más que ignorante homenaje a una más que disparatada superstición médica.

La bacteria Yersinia pestis es un patógeno natural en roedores, a los que infecta a través de un vector: la pulga de la rata (Xenopsylla cheopis). Este insecto pulga adquiere la bacteria al chupar la sangre de un roedor infectado y transmite Y. pestis a otros animales en posteriores picaduras. La infección natural es muy agresiva, de tal manera que la gran mayoría de ratones o ratas que se infectan acaban muriendo, aunque los que sobreviven se convierten en reservorio infeccioso. Evolutivamente hablando, en el medio natural la posibilidad de que esta enfermedad se transmitiera a los seres humanos era muy baja y así fue mientras los sapiens mantuvimos nuestro ancestral lugar dentro de la ecología terrestre: pequeños grupos de cazadores-recolectores dispersos por amplios territorios vírgenes. Ahora bien, tal y como muy acertadamente ha expuesto el biólogo evolutivo Jared Diamond, hace unos diez mil años nuestros antepasados cometieron quizás el peor error de todos los que ha cometido esta siempre tan particular especie de monos bípedos: la Revolución Neolítica.

Esta revolución significó el abandono de la posición que había mantenido nuestra especie y sus antepasados en la Naturaleza a lo largo de varios millones de años, y su sustitución por la creación artificial de un novedoso ecosistema, primero con grupos de algunos cientos de humanos conviviendo muy estrechamente entre sí y con diversos animales de los que luego llamaríamos domésticos (perros, gatos, cabras, cerdos, etc.),

que con el paso de los siglos se fue ampliando exponencialmente, dando lugar a agrupaciones humanas de decenas y hasta de cientos de miles de individuos moduladas por dos factores principales. El primero, un desconocimiento total de como aparecen y se transmiten las enfermedades infecciosas, ya que los comportamientos seleccionados evolutivamente durante nuestro larguísimo pasado como cazadores-recolectores no servían para ese más que peligroso nuevo ecosistema artificial, que fue desarrollándose y haciéndose además mucho más complejo en unos pocos milenios, lo que en términos evolutivos es un suspiro, y en donde la selección natural actuó de modo brutal sin que los genes y el comportamiento humanos tuvieran casi tiempo para adaptarse a la más que acelerada y letal presión de las zoonosis convertidas en nuevos y más que mortíferos patógenos humanos.

Y segundo, el hacinamiento de humanos y animales impuesto además por las condiciones históricas: en donde primero los pueblos y luego las ciudades se edificaban cerrados inicialmente por empalizadas y más tarde por cada vez más sólidos muros, fortificaciones y murallas y en esos recintos ya constreñidos aumentaban la densidad de población con calles más que estrechas y con mil recovecos. Todas esas ciudades antiguas, que todavía perviven pintorescamente en los cascos históricos de algunas urbes europeas modernas, tenían una evidente y más que efectiva función defensiva a corto plazo frente a la muerte de sus habitantes por parte de asaltantes, bandidos y más tarde de tropas y ejércitos extranjeros.

Pero sin embargo, en el medio y largo plazos estos poblamientos hacinados, sucios, oscuros y más que antihigiénicos se convirtieron en el caldo de cultivo ideal para que virus, bacterias y parásitos de todo tipo, junto con sus vectores asociados de pulgas, ácaros, ratas y demás animales oportunistas se adaptaran a este nuevo nicho ecológico en constante crecimiento que además les suministraba una inagotable fuente de nuevos hospedadores con pocas o nulas defensas. Visto en perspectiva, y desde el punto de vista de esos microorganismos, es más que evidente que había llegado el paraíso a la Tierra en forma de bípedos con poco pelo y algo cabezones.

Y así a lo largo de la historia aparecieron las recurrentes pandemias provocadas por diferentes patógenos, entre los que cabe destacar la más que terrible peste negra o bubónica, enfermedad producida por la bacteria anteriormente mencionada: Y. pestis. Aunque la peste negra había causado estragos casi desde que se tenían noticias históricas, como en la famosa Plaga de Justiniano allá por el siglo VI, en siglo XIV alcanzó cotas de genocidio cuando una nueva epidemia se extendió por todo el viejo mundo gracias al comercio de la ruta de la Seda, alcanzado India y China por el Este y Europa Occidental por el Oeste, produciendo la muerte de alrededor de 100 millones de personas y que, con tasas de mortalidad de entre el 30 y el 60% de los habitantes de las regiones afectadas, llegó a producir el despoblamiento de amplias zonas de Europa y el colapso económico y social de muchas naciones.

Es por ello comprensible que en esas épocas precientíficas, en donde la simple ignorancia y la peligrosa superstición campaban a sus anchas a falta de verdadero conocimiento (que tardaría todavía bastantes siglos en llegar en forma de ciencia moderna) la aparición de una epidemia como la de la peste negra desatara el más terrible pánico, y que los autoproclamados mediadores de lo divino "arrimaran el ascua a su sardina" como reza el viejo dicho castellano y encontraran no sólo "explicaciones" sino también "remedios" ante un desastre de esa magnitud.

Y eso es lo que ocurrió en el lejano año del señor de 1599, cuando reinaba en tierras hispanas Felipe III, no por casualidad conocido por el sobrenombre de "El Piadoso", cuando se produjo una nueva epidemia de peste negra con origen en el puerto de Santander y que en años posteriores asoló a las también piadosas tierras navarras. Pues bien, cuando ya habían fallecido más de 250 pamplonicas por la terrible bacteria las fuerzas vivas de la ciudad decidieron tomar cartas en el asunto y cortar el mal de raíz. ¿Y qué se les ocurrió a los gobernantes navarros? pues como no podía ser de otra manera, decidieron sacar en procesión a la supuestamente potente imagineria católica en forma de

una representación de "Las Cinco Llagas de Cristo" junto con la "Corona de Espinas" para rogar a los poderes supraterrenales que acabaran con la pavorosa epidemia. Por cierto, rogar a esos mismos poderes que "lógicamente" habían enviado anteriormente la plaga a matar a varios los navarros (herejes, ateos y por supuesto hasta devotos católicos) en un irracional pero "comprensible" acto desesperado de unas mentes, no olvidemos medievales, que no podían ni comprender, ni siquiera atisbar la verdadera realidad de la situación. Y según rezan las crónicas, tras la cristiana procesión la plaga "remitió". Y por ello en el también año del señor de 1601 el consistorio de la ciudad de Pamplona decidió conmemorar el milagro con una procesión de toda la corporación municipal en pleno desde el Ayuntamiento hasta la Parroquia de San Agustín, tradición que se instauró con caracter anual.

Y lo malo de todo este asunto es que lo que en el siglo XVII o incluso en el XVIII pudiera ser todavía disculpado, resulta del todo ofensivo para cualquier persona mínimamente racional en este año (ya no del señor) de 2018, cuando el alcalde de Pamplona y perteneciente a la izquierda aberzale, junto con concejales de varios partidos que portaban una bandera en señal "de luto" hayan renovado con toda suntuosidad el voto por la supuesta milagrosa intervención médica divina de hace 400 años ya que, y cito textualmente

Pamplona sabe ser agradecida

¡Y a tomar vientos los estudios de Koch, Pasteur y el resto de científicos que dedicaron su vida a desentrañar los misterios de la microbiología, la virología, la epidemiología o ya puestos la medicina en general! Y estos comportamientos tan irracionales como supersticiosos explican cómo España es el único de los países desarrollados de mayor población con tan sólo un único Premio Nobel en Ciencias.

P.D.

Sería de justicia "divina" que cuando alguno de estos pobres ignorantes del consistorio pamplonica, tan apegados a la superstición, acudieran al hospital con una severa infección bacteriana el médico de turno, en lugar de administrarles esos impíos y más que ateos antibióticos, debería enviarle a casa con 4 o 5 padrenuestros y la obligación de sacar en procesión a la venerada imagen de "Las Cinco Llagas de Cristo" para aliviar sus dolencias. Y que la selección natural siga haciendo su sacrosanto trabajo sin las trabas que le pone cada vez más fuertemente esa siempre atea Ciencia.

Entradas relacionadas:

Videos relacionados: