En los últimos años se han venido acumulando los estudios que muestran una fuerte asociación entre el desarrollo neurocognitivo y el conjunto de bacterias simbiontes del organismo denominado microbioma. Esta asociación implica que cuando la flora bacteriana, que ha venido coevolucionando con los humanos a los largo de millones de años, es desplazada por otras bacterias distintas pueden aparecer trastornos del neurodesarrollo, como sería el caso del autismo. Y por tanto, esta misma relación abre la puerta a tratamientos que, mediante el reimplante de la flora bacteriana natural, pudieran suavizar o incluso corregir estas enfermedades neurobiológicas.
En una entrada reciente presenté algunos de los últimos estudios realizados en modelos de animales de laboratorio sobre la asociación entre intestino, cerebro, microbioma y autismo. En dicho modelo la presencia o ausencia de una determinada bacteria era suficiente para desencadenar o bloquear en los animales trastornos similares al autismo en humanos. Y la pregunta que surge es, si esta asociación es tan fuerte ¿para cuándo estos tan prometedores tratamientos estarán disponibles en humanos?
Pues bien, hace unos meses se publicó un artículo con los primeros resultados en niños autistas. Los investigadores seleccionaron 18 pacientes que además de un autismo moderado, presentaban también problemas gastrointestinales que se asocian con cierta frecuencia a este trastorno neurocognitivo. Primeramente trataron a los niños con antibióticos para eliminar en lo posible su flora bacteriana propia, además de practicárseles un lavado gastrointestinal similar al que reciben los pacientes que deben someterse a una colonoscopia con el objetivo de disminuir aún más su microbioma particular. Posteriormente se les trató con un supresor de la acidez estomacal para dificultar la destrucción de las bacterias a administrar. Y finalmente recibieron durante diez semanas una mezcla de flora bacteriana libre de los principales patógenos gastrointestinales conocidos proveniente de diversos voluntarios sanos, lo que se denomina un trasplante fecal.
Los investigadores encontraron que, tal y como muestra la siguiente figura,
a medida que el tratamiento avanzaba los problemas gastrointestinales de 16 de los 18 niños disminuían, manteniendose después de la finalización del procedimiento médico.
Además, los síntomas asociados al autismo (medidos por tres métodos diferentes) en estos 16 pacientes también se suavizaron tanto al finalizar del tratamiento, como pasados dos meses de la terminación de la intervención terapéutica tal y como se muestra en la siguiente figura.
Estos prometedores resultados abren la puerta a la posibilidad de tratar una enfermedad tan grave como el autismo con un procedimiento relativamente sencillo y accesible, aunque como indican los propios investigadores del estudio hay que ser cautelosos ya que el tamaño de la muestra (tan sólo 18 pacientes) es muy limitado y este estudio no es un ensayo clínico, puesto que no existe grupo de control (por lo que la mejoría de los niños podría ser debida al más que famoso efecto placebo) y tampoco el estudio fue realizado bajo doble ciego. Por todo ello, los autores indican que sería necesario iniciar cuanto antes un verdadero ensayo clínico, con todas las garantías metodológicas y un mayor número de individuos para así confirmar lo que de corroborarse podría ser una terapia muy efectiva para un trastorno que afecta alrededor del 1% de los niños, lo que por ejemplo en España significa unos 4.000 nuevos casos al año.
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