Los ciudadanos occidentales, en un mundo donde la higiene, las vacunas, los antibióticos, la cirugía avanzada, los tratamientos oncológicos y la más que diversa panoplia de técnicas médicas que aparecen casi a diario, han desarrollado (con razón) la idea de que las enfermedades, aunque no han desaparecido del todo, son muchas veces sólo pequeñas molestias casi sin importancia. Y entonces, cuando la sensación de alerta médica disminuye o desaparece, algunos occidentales tienden a olvidar quienes son los verdaderos responsables de esos logros y se abonan a las más disparatadas pseudomedicinas porque total, el peligro es casi inexistente. Sin embargo, cuando aparece una enfermedad grave, de esas que ponen en verdadero riesgo la vida de las personas, es necesario recordar que sólo la vieja medicina científica ha demostrado verdadera capacidad de curación y que las mal llamadas "medicinas" alternativas solo pueden llevar a una muerte segura.
Aunque para cualquier persona mínimamente racional es más que evidente que intentar curar una enfermedad grave con cualquiera de las mal llamadas "medicinas" alternativas es sólo un desastre que únicamente lleva al suicidio más absurdo, ello no impide que muchas personas del siempre autocomplaciente mundo occidental se hayan abonado a la creencia de que el agua azucarada, el alineamiento de las energías místicas del cuerpo o del Universo o cualquier otra de la casi infinita variedad de supercherías pseudomédicas (que la siempre fértil imaginación humana ha venido desarrollando durante milenios de superstición) son iguales o incluso mejores que la muchas veces tan denostada medicina científica.
Y para poner blanco sobre negro en este tan importante asunto de la medicina y la salud públicas no hay nada como acudir a la experimentación. Así, el estudio ideal que mostrara la verdadera efectividad de ambos tipos de tratamientos sería elegir una enfermedad grave, por ejemplo el cáncer, y hacer dos grupos de pacientes: uno de ellos recibiría los tratamientos habituales de la oncología médica (radio y quimioterapia, junto con la terapia hormonal) mientras que la otra mitad de los pacientes podrían recibir cualquier "tratamiento" alternativo pero no la medicina convencional. Luego, sólo quedaría estudiar la tasa de fallecimientos de ambos grupos. Por supuesto, este ensayo clínico no puede ser nunca realizado, porque no sería aprobado por ningún comité ético del mundo ya que viola la más mínima buena praxis científica y médica.
Sin embargo, en ciencia hay más herramientas que la experimentación dirigida. Y en este caso podemos acudir a los denominados estudios epidemiológicos. Y esto es lo que ha hecho un grupo de investigadores de la universidad norteamericana de Yale. Acudieron a la "National Cancer Database", una base de datos que reúne la información de la mayoría de los enfermos de cáncer estadounidenses, sus tratamientos, calidad de vida y supervivencia, y que se utiliza habitualmente para establecer, desarrollar y analizar la eficacia de los tratamientos oncológicos en muchos hospitales de los EEUU, y buscaron pacientes que habiendo rechazado los tratamientos oncológicos convencionales hubieran optado por
tratamientos no probados contra el cáncer administrados por personal no médico.
Los autores del estudio seleccionaron 4 de los cánceres más comunes (de mama, de próstata, de pulmón y colorrectal) en pacientes sin metástasis en el momento del diagnóstico. Y entre los miles de enfermos oncológicos estadounidenses encontraron tan sólo 281 personas (lo que es francamente alentador) que tras el diagnóstico no quisieron los tratamientos convencionales y decidieron poner todas sus esperanzas en la pseudomedicina. Lo primero que encontraron los autores del estudio es que, al contrario de lo que se pudiera pensar, estos pacientes eran más jóvenes y tenían mayor nivel de ingresos y de educación que la media. Además presentaban una medida de comorbilidades preexistentes más baja, es decir de cómo de "enfermo" se sentía el paciente en el momento del diagnóstico. En resumen, un grupo de estudio ideal en donde mostrar, o incluso amplificar, los "beneficios" de la "medicina" alternativa, ya que estas personas jóvenes podrían responder mejor a los "tratamientos" y quizás también recuperarse más rápidamente.
Sin embargo tras el análisis estadístico multivariable, los resultados (no por predecibles) fueron más que demoledores. Los pacientes de la "medicina alternativa" morían, por esos cuatro tipos de cáncer, en mayor proporción y antes que los tratados convencionalmente, tal y como se indica en la siguiente figura.
Y en el caso del cáncer colorrectal esta diferencia era mucho más acusada, tal y como indica la siguiente figura.
Y estos datos, además de poner en valor las verdaderas terapias pueden explicar por qué siempre habrá personas abonadas a ese falaz argumento de
pues a mí hermano, a mi prima, a mi vecino o a mi compañera de trabajo la [póngase aquí la pseudoterapia de su elección] le ha funcionado
ya que aún sin recibir nada más que magia de feriante de carromato, muchos enfermos de cáncer siguen vivos pasados los años; puesto que lo que olvidan muchas personas es que, salvo las enfermedades infecciosas más letales, la gran mayoría de las enfermedades pueden tardar largo tiempo, años incluso en producir el fatal desenlace aún sin ningún tipo de terapia.
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