lunes, 6 de marzo de 2017

¿Queda alguna actividad intelectual genuinamente humana? #La Ciencia y sus Demonios #noticias


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A lo largo de los milenios, pensadores de toda condición han declarado más que categóricamente que la mente humana era un cúmulo de perfección inabordable al estudio, además de un todo incognoscible. Siglos después, la aparición de las computadoras abrió un debate sobre si esas maravillosas facultades intelectuales humanas podrían (si eso era siquiera imaginable salvo para cuatro fanáticos de la informática o unos más que imaginativos escritores de ciencia ficción) ser igualadas, o incluso superadas, en algún momento de un futuro quizás todavía muy lejano por esas cada vez más sofisticadas máquinas electrónicas, artefactos que duplican sus capacidades cada par de años. Sin embargo, en la actualidad el exponencial crecimiento de procesamiento de los ordenadores está respondiendo a la pregunta, y de una manera que no deja lugar a dudas de cuál será el más que próximo y decepcionante resultado final, que arrastrará por el fango esa sempiterna pretendida superioridad de nuestra tan particular especie de monos sapiens.

En Ciencia no hay argumento más erróneo que esa afirmación que dice que "tal o cual meta no podrá ser  alcanzada nunca", tesis desarrollada innumerables veces a lo largo de la Historia (y en demasiadas ocasiones) por algunas de las mentes más brillantes que ha dado la evolución humana. Y el caso que nos ocupa, el de la inteligencia artificial es quizás un ejemplo más que pertinente.

Desde que allá por el lejano año de 1623 el matemático alemán Wilhelm Schickard inventara el primer "Reloj de Cálculo", dispositivo que efectuaba las cuatro operaciones aritméticas básicas con números de hasta seis dígitos, el avance en computación ha sido más que vertiginoso y, como en todo conocimiento científico, exponencial.

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De tal manera que a día de hoy, esos gigantescos artefactos tipo Multivac (imaginados por los escritores de ciencia ficción de mediados del siglo pasado) han cedido su lugar a ordenadores cada vez más pequeños pero no por ello menos poderosos. Y el hecho de que los ciudadanos normales los infrautilicen para básicamente visualizar videos de gatitos en Internet y tareas similares permite esconder todo su actual poder y más que increíble futuro. Porque la realidad es que los computadores no sólo nos están sustituyendo en procedimientos rutinarios, sino que están compitiendo (con cada vez mayor acierto es de decir) en tareas que hasta hoy mismo considerábamos "alta inteligencia" humana.

Históricamente el ajedrez ha sido presentado como el juego de inteligencia por excelencia. Y por ello, durante mucho tiempo se consideró que un ordenador nunca podría vencer a un gran maestro de este juego. Sin embargo pistas sobre este error ya venían de lejos, porque allá por principios del siglo XX el matemático e inventor español Leonardo Torres Quevedo fabricó su famoso "Ajedrecista", un autómata capaz de jugar (y de ganar casi siempre) sin intervención externa una final de rey y torre contra el rey de un oponente humano. Bastante precavido fue el maestro internacional de ajedrez y

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astrónomo David Levy al realizar en 1968 su famosa apuesta, en la que afirmaba que ningún computador sería capaz de derrotarle en el siguiente decenio con las reglas de un torneo oficial de ajedrez. Así, en 1978 se enfrentó al programa más potente de aquel entonces, Chess 4.7 al que derrotó por 3,5 a 1,5 en cinco partidas, llevándose de premio la más que respetable cifra de 1.250 libras esterlinas de la época. Pero como buen científico reconoció que en poco tiempo cambiarían las tornas. Durante esa época y hasta finales de la década de los 80 quedó abierto el debate sobre si unente electrónico podría derrotar alguna vez al ajedrecista más experto. Y la pregunta fue respondida parcialmente en 1996 cuando la famosa supercomputadora "Deep Blue" de IBM venció en una partida a Garri Kasparov, aunque el resultado final del enfrentamiento terminó con la victoria humana por 4 a 2. Sin embargo la revancha electrónica no tardó en llegar, ya que al año siguiente una versión mejorada de Deep Blue derrotó a Kasparov en un encuentro a 6 partidas por 3,5 a 2,5. Desde entonces los ajedrecistas cibernéticos no han dejado de mejorar, de tal manera que ahora no se necesitan supercomputadoras para derrotar de manera habitual a los mejores ajedrecistas del mundo.

Tras este espectacular desarrollo electrónico, el siempre vanidoso ego humano lejos de admitir su derrota y aceptar que más tarde que pronto los seres cibernéticos nos sobrepasarán en cualquier tarea intelectual, realizó una nueva y presuntuosa afirmación: puede que las máquinas nos ganen al ajedrez, pero hay otros juegos mucho más complejos, como es el caso del milenario juego chino del Go y por tanto aquí los

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ordenadores lo llevan crudo. Porque a diferencia de los 20-30 movimientos distintos que se pueden realizar en cada jugada de ajedrez, el Go abre las posibilidades de movimiento hasta las 250 por jugada. Si se tiene en cuenta además que una partida completa de ajedrez se desarrolla habitualmente en unos 40 movimientos y las de Go pueden llegar a más de 200 se puede vislumbrar el problema. Por ello, el número de combinaciones en este juego oriental es prácticamente infinito y está muy por encima de las actuales capacidades de supercomputación, exigiendo de los jugadores (sean estos humanos o electrónicos) soluciones que aunque razonadas son muy intuitivas. Pues bien, desde el año 2015 el programa "AlphaGo" lleva ganando a jugadores profesionales de Go (incluido el triple campeón de Europa Fan Hui, hecho que se reflejó en un artículo de la prestigiosa revisa "Nature") de manera más o menos habitual. Y en 2016 este software venció a Lee Sedol, campeón mundial y mejor jugador de la década por un aplastante (y más que humillante) resultado final de 4 a 1. Y a diferencia de Deep Blue, que fue programado específicamente para jugar al ajedrez y según las malas lenguas para enfrentarse concretamente a Kasparov, AlphaGo utiliza una combinación de redes neuronales y búsqueda selectiva de tal manera que aprende con el tiempo, desarrolla sus propias "intuiciones" y no necesita que nadie le enseñe nada.

Y llegados a este punto ¿la especie humana ha tirado la toalla frente a las mentes cibernéticas? pues como cualquier observador mínimamente racional puede suponer apostando sobre seguro, el ego de los sapiens no tiene límite y siempre encuentra una nueva prueba a la que aferrarse con desespero, para mantener la más que vana ilusión de su cada vez más deteriorada superioridad. Y si en juegos de estrategia no tenemos

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nada que hacer frente a nuestro PC, pues se busca otro en el que haya que tener habilidades diferentes, como por ejemplo el póker en donde la paciencia y la audacia en dosis adecuadas, junto con la capacidad de engaño son fundamentales. Y bien ¿cómo van las partidas de póker entre humanos y programas informáticos? pues como se dice coloquialmente, yo no apostaría ni un duro por los jugadores profesionales si tienen delante a un buen computador, porque como ya vaticinó la revista "Science" en 2015 el programa "Libratus" consiguió el pasado mes de enero dejar más que desplumados a cuatro jugadores profesionales en un torneo especial celebrado en Las Vegas. Y recalco lo de desplumar, puesto que el software ganó 1,7 millones de dólares (virtuales, eso sí) de los 2 millones que había en juego en el torneo. Y algún incauto se podría preguntar si llegados a este punto los sapiens hemos admitido nuestra más que inevitable derrota. Pues en un alarde de la más que increíble desesperación, algunos expertos en el póker han indicado que, aunque en Las Vegas se jugó con las reglas de la variante por excelencia de este juego de cartas: el "Texas Hold'em", el ordenador jugó frente a frente, de manera individual contra cada uno de los cuatro jugadores y no los cinco juntos, como ocurre en las famosas películas hollywoodienses del "Far West". Por lo
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que estos expertos consideran que las mentes electrónicas están todavía muy por debajo de las capacidades humanas. Así que ¿alguien apuesta cuál va a ser el más que previsible resultado cuando un PC se enfrente a los 4 o 5 mejores tahúres de este lado del Mississippi dentro de un lustro? Tal es así que todas las casas de póker online obligan a los jugadores inscritos a declararse humanos y a no utilizar ayudas informáticas. Y para comprobar la veracidad de esta afirmación, no sólo rastrean las redes sociales para conocer al jugador sino que han incluido en sus sistemas de control programas informáticos que analizan la cadencia de clics de ratón, el tiempo de espera, el tipo de juego y otras características para detectar a los intrusos electrónicos, que ya empiezan a pulular por las mesas de póker virtuales y que parece ser que rinden pingues beneficios a algunos avispados informáticos.

Inciso: todo este asunto se asemeja asombrosamente al caso del enfrentamiento entre religión y ciencia, con ese tan particular argumento del "dios de los huecos", al que acuden siempre en última instancia los creyentes cuando un nuevo avance científico pone en evidencia el error de sus planteamientos. Y al igual que a los religiosos, que a día de hoy su dios únicamente puede esconderse tras la cortina del "antes del Big Bang", a los defensores de la superioridad intelectual humana cada vez les quedan menos ejemplos que nos mantengan por encima de la inteligencia artificial.

Pero volviendo al tema, y dejando aparte los juegos más o menos complejos en sus diversas modalidades, alguien a estas alturas del siglo XXI podría pensar que a los humanos nos queda todavía una última trinchera inexpugnable de la inteligencia y también de la sensibilidad humanas, proeza que ningún software cibernético podrá nunca igualar: la más que celebraba a lo largo de los siglos sensibilidad artística humana. Pues si es así, mucho me temo que pronto se desencantarán.

Si hay un aspecto de la mene de los sapiens que siempre ha sido celebrado como la verdadera condición del ser humano, lejos de la más que mecanicista inteligencia científica, este ha sido sin duda alguna la creación artística. Durante innumerables siglos, miles (o quizás millones, permítanme la licencia poética) de libros han disertado sobre ese genio creador, ese espíritu incognoscible que hace que las musas del arte se posen sobre un simple humano, y le concedan el don de desplegar esa maravillosa esencia estética de transmitir sentimientos y emociones.

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Pues bien, para derruir esta postrera torre del homenaje fortificada de la supuesta exclusividad humana déjenme mostrarles unos experimentos ya viejos, pero que no han perdido su más que inquietante significado. El profesor David Cope de la Universidad de California es quizás una de las figuras más polémicas del mundo de la música clásica y, por extensión, de toda la cultura "refinada" del mundo occidental. Como además de músico es un científico interesado en la inteligencia artificial, cuando allá por el ya lejano 1981 se encontró abandonado por las musas, sin capacidad de poner una corchea o una semifusa en un pentagrama, y ante el terrible horizonte de no poder enseñar nada medianamente digno a su editor, se hizo la pregunta de si los algoritmos cibernéticos podrían venir en su ayuda. De tal manera que se puso a trabajar en la idea del desarrollo de la "inteligencia musical". Y tal y como lo cuenta en su web, inicialmente quiso crear un programa informático que le ayudara a continuar con su mismo estilo sus obras inacabadas. Pero pronto advirtió que necesitaba alimentar a su software con ejemplos prácticos, para que los algoritmos "entendieran" como culminar el proceso. Por ello incluyó como control en sus estudios la obra del

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gran compositor de música clásica Johann Sebastian Bach, genio sobre el cual tenía amplio conocimiento y experiencia. Después de siete años de prueba y error se dio cuenta que el algoritmo que había inventado era capaz de "crear" nuevas obras con el mismo estilo del gran Bach. Es más, su conjunto de órdenes y reglas cibernéticas a los que bautizó como EMI (Experimentos en Inteligencia Musical), fue capaz de componer 5.000 corales al estilo de Bach en un solo día. Como compositor y experto musicólogo entendió la genialidad de su programa, de tal manera que presentó algunas de las obras de EMI en un festival de música clásica celebrado en su ciudad de residencia, Santa Cruz en California. Parece ser que la audición fue todo un éxito y gran parte del público alabó el concierto afirmando que la música "les había llegado a lo más hondo". Por supuesto nadie sabía que esas deliciosas obras no habían sido compuestas por Bach, sino por EMI, un simple programa informático. Cuando Cope desveló el misterio al auditorio algunos reaccionaron con un silencio perplejo, mientras que otros más que ofendidos gritaron enfadados. Tras ese éxito, Cope alimentó a EMI con más obras clásicas, de tal manera que el software continuó mejorando y perfeccionándose, y aprendió a imitar a otros compositores como Beethoven, Chopin, Rajmáninov o Stravinski. Una discográfica contrató a Cope (aunque EMI era la verdadera compositora) para un primer álbum titulado "Classical Music Composed by Computer") que se vendió relativamente bien. Tal fue el revuelo
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montado por este asunto (que atacaba los pilares más básicos de la civilización occidental) que el profesor Steve Larson de la Universidad de Oregón, cual Lancelot de la cultura, lanzó un reto a Cope para llevar a cabo una confrontación musical. El profesor Larson sugirió que pianistas profesionales interpretaran de manera consecutiva tres piezas: una de Bach, otra de EMI y una tercera del propio Larson sin anunciar al autor. Después, mediante votación el público debía adivinar quién había compuesto cada pieza. Como es evidente, Larson y el resto de defensores de la esencia cultural humana sabían el resultado de antemano: cualquier persona mínimamente sensible diferenciaría sin problema alguno al brillante Bach de la más que mecánica "composición" de EMI. El día del torneo las butacas de la Sala de Conciertos de la Universidad de Oregón se llenaron de profesores, estudiantes y melómanos varios. Al final de la triple actuación se procedió a la votación. ¿Imaginan el resultado? El voto democrático del público sentenció que la pieza de EMI había sido compuesta por Bach, que la de Bach era genuina de Larson y que la de Larson había sido generada por el ordenador.

¿Sirvió esto para que los sapiens reconocieran la derrota de su más que indefendible trinchera? pues como no podía ser de otra manera, a día de hoy los críticos aseguran que la música de EMI es perfecta desde el punto de vista técnico, pero que por supuesto "le falta algo" y no tiene "profundidad" ni "alma". Aunque como comenta el historiador Yuval Harari, de cuyo más que interesante libro "Homo Deus" he sacado esta ejemplarizante historia musical

cuando la gente oye sus composiciones sin que se la informe de su procedencia, suelen alabarla precisamente por su ternura y su resonancia emocional.

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El Dr. Cope ha seguido desarrollando este tipo de programas como "Emily Howell", que ya tiene nombre como una persona puesto que al igual que AlphaGo utiliza redes neuronales y es capaz de aprender, por lo que su estilo musical se desarrolla y evoluciona como reacción a estímulos externos, de tal manera que ni siquiera el propio inventor sabe lo que Emily compondrá. Y algunas creaciones de Emily como "From Darkness, Light" han sido editadas por "Centaur Records", uno de los sellos discográficos independientes de música clásica más antiguos y de mayor prestigio de los EEUU.

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Y lo más llamativo de todo este asunto es que la neurociencia y la biología evolutiva llevan ya décadas mostrando que nuestro cerebro es únicamente un tipo de "hardware" orgánico (muy complejoes sí), que ha ido creando y depurando "software" en forma de algoritmos de supervivencia, patrones de comportamiento que han sido filtrados durante decenas de millones de años por la siempre exigente selección natural.

Y si nuestra inteligencia es finalmente sólo un conjunto de algoritmos, por muy complejos que estos sean, entonces es más que evidente que sistemas como los informáticos, que no se cansan, que no duermen, que aprenden de manera exponencial y que no necesitan de 20 o 25 años para pasar el filtro del control de calidad de la transmisión de sus propios algoritmos (como es el caso de los humanos), nos dejarán atrás en cualquier tipo de "inteligencia" que se nos ocurra, y ello sucederá más pronto que tarde.

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