"Sin productos químicos", "Sin porquerías", "Sin aditivos", "Sin conservantes", "Sin colorantes"… desde hace años la industria alimentaria utiliza numerosos mensajes quimiofóbicos para aumentar sus ventas. La estrategia es clara: inculcar en la sociedad la idea de que los productos químicos pueden ser peligrosos y convencer al consumidor para que compre alimentos de su marca porque, supuestamente, no lleva ingredientes químicos. He de reconocer que las empresas alimentarias han conseguido su objetivo. A pesar de que la química forma parte de nuestro a día a día la mayoría de la población española rechaza los productos químicos por culpa, principalmente, del bombardeo continuo de mensajes quimiofóbicos en la publicidad de alimentos.
Pues bien, el mensaje del miedo usado por la industria alimentaria se acaba de volver en su contra. Atentos a la historia que les voy a contar basada en hechos reales y en una reciente experiencia personal.
Hace unos días fui a los juzgados para ayudar a una empresa alimentaria que había sido sancionada por la administración. Una de las causas que originó la sanción era el riesgo al que había estado expuesto un trabajador al estar en contacto con determinados productos químicos.
¿Cuál fue mi misión en el juicio? La empresa en cuestión se puso en contacto conmigo para que, usando la divulgación científica, quitase los posibles prejuicios que pudiera tener el juez hacia los productos químicos. ¿A qué prejuicios me refiero? A los que las propias empresas del sector alimentario (no está en particular) están inculcando al consumidor desde hace años.
Los jueces son personas que forman parte de una sociedad quimiofóbica donde la mayoría de sus miembros, debido a los mensajes anteriormente citados, piensan que los productos químicos son peligrosísimos. En el caso de que el juez fuese una de esas personas el juicio sería difícil ganarlo.
¿Estoy queriendo decir que una empresa alimentaria solicitó mis servicios para deshacer el mal que muchísimas empresas alimentarias han creado? Sí.
Durante un largo periodo de tiempo le conté al juez que, por supuesto, existen productos químicos peligrosos… pero que hay muchos factores que influyen en esa peligrosidad. Para ayudar no solo a quitarle sus posibles prejuicios hacia los productos químicos sino a que los considerase imprescindibles en nuestra vida me apoyé en dos ejemplos.
Aprovechando que el juez bebió agua durante mi intervención le dije que eso que estaba ingiriendo (monóxido de dihidrógeno) era un compuesto químico terriblemente peligroso…pero solo si se tomaba decenas de litros. Usando la famosa frase de Paracelso "el veneno está en la dosis" intenté convencerla de que la concentración de agentes químicos es fundamental a la hora de evaluar su posible toxicidad. Además, le conté algo que le sorprendió: el caso Dalsy del que escribí aquí. La reacción del juez fue de sorpresa cuando le desvelé la enorme cantidad de ese fármaco que debería tomar un niño reiteradamente para que el colorante que causó la alarma social pudiese hacerle algún mal.
¿Por qué le puse estos dos ejemplos? Porque están íntimamente relacionado con el objeto del juicio. Al igual que el juez con el agua o el niño con el Dalsy un trabajador debería estar expuesto muchísimas horas a altísimas concentraciones de los productos químicos examinados en el juicio para que les provocase algún problema.
¿Logré mi objetivo? No lo sé… pero tras ver la atención que prestó el juez y su reacción ante los ejemplos citados creo que en caso de que tuviese prejuicios negativos hacia la presencia de productos químicos en los alimentos, desaparecieron. El resto de cosas que se vieron en el juicio ya no entraban dentro de mi ámbito de actuación.
Estimados lectores, llevo muchos años denunciando el uso de la quimiofobia alimentaria por parte de las industrias del sector. A lo largo de este tiempo les he mostrado innumerables ejemplos de publicidad basada en el miedo que, aunque cumplen la ley, éticamente son muy reprobables. Sin embargo, hoy he dado una vuelta de tuerca más y he abordado la quimiofobia alimentaria desde una perspectiva muy diferente a la que tradicionalmente se aborda. Por ello quiero acabar este post dirigiéndome a las empresas alimentarias.
Queridos amigos, hay un refrán que dice que "El que al cielo escupe, en la cara le cae". Durante mucho tiempo habéis inculcado en la sociedad un miedo infundado hacia los productos químicos con tal de ganar más dinero. Pues bien, en el post de hoy os he demostrado que vuestra actitud anti-científica se os ha vuelto en contra hasta el punto de tener que pedir ayuda a la propia ciencia para que os saque del atolladero en el que vosotros mismos os habéis metido.
Qué vueltas da la vida…
Jose