Antier, mi amigo Arturo publicó un artículo donde defiende la prohibición de las drogas — sus argumentos son, cuando menos, inconsistentes:
Los argumentos usuales para promover la despenalización de las sustancias psicoactivas proceden del bando libertario, que se opone a que el Estado le evite a la gente recibir las consecuencias de sus decisiones. Hasta yo admito que en un mundo ideal, donde cada persona razona de modo impecable y nunca se deja llevar por impulsos que contradicen su propio interés, la responsabilidad individual sería suprema e interferir con ella sería injusto.
Donde los libertarios y yo partimos caminos es en el reconocimiento de que ese mundo ideal no es el que tenemos ni es uno que se pueda tener.
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Si bien la persecución policial del narcotráfico ha dado frutos amargos y podridos, sigo teniendo la fuerte sospecha de que la despenalización no es solución suficiente. Se suele citar a Portugal y Uruguay como casos de éxito, pero ellos acompañaron el desmonte de la persecución con una fuerte política sanitaria. El hecho de que las drogas adictivas dejen de ser ilegales no significa que dejen de ser indeseables.
Los libertarios creen que se pueden aplicar las leyes clásicas del mercado a todos los problemas de la vida. El argumento, sumamente descarado en realidad, es que al consumidor nadie lo está obligando y el Estado no tiene derecho a interferir en su decisión libre de drogarse. Esa clase de razonamiento ignora deliberadamente las circunstancias que están fuera del control de las personas.
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Es obligación irrenunciable del Estado proteger a sus ciudadanos, incluso de su propia estupidez. Si el Estado no va a cumplir siquiera con esa mínima función, no se justifica que tengamos Estado.
Wow! Esta defensa del prohibicionismo me deja estupefacto, pues me temo que Arturo se dejó llevar por la ideología y sus argumentos —aparentemente sólidos— se derrumban tras un análisis cuidadoso. (Aunque estoy lejos de ser un libertario económico, dejaré la ofensiva confusión entre libertario económico y libertario civil para otro momento.)
Arturo parte de que no vivimos en un mundo ideal y que, por tanto, las personas no razonamos de modo impecable, lo cual es cierto. Pero de ahí no se sigue que dejarse llevar por impulsos contradiga el propio interés de las personas, porque hay personas a quienes lo único que les interesa en la vida es dejarse llevar por sus impulsos. Cada persona tiene prioridades y gustos diferentes en la vida, y pretender que nosotros conocemos mejor que ellos sus propios intereses es condescendiente y les niega agencia sobre sus propias vidas: ya sea la persona cuya promiscuidad le impida ser donante de sangre para un pariente, o alguien que por no vestirse formalmente pierda un ascenso (sí, todavía hay empresas donde se fijan en eso — lo cual también es dejarse llevar por un impulso que socavaría su propio interés).
Luego, Arturo argumenta que la legalidad no haría que las drogas dejen de ser indeseables, lo cual es cierto. Pero también es cierto, como bien señaló Arturo, que no vivimos en el mundo ideal, y prohibir las drogas tampoco acaba con el suministro ni la adicción. Además, permitirlas —aún sin la compañía de políticas sanitarias— causa muchas menos muertes que la prohibición porque, mal que le pese a Arturo, la prohibición trae consigo un poderoso incentivo negativo para que las mafias se tomen el mercado ilegal y entren en una espiral de violencia. Se ha visto con el licor y la prostitución, y se ha visto con las drogas. Nadie niega que el alcoholismo sea un problema de salud pública... sólo que sería muchísimo peor si, además, jamás se hubiera levantado la prohibición. Minimizar los miles de muertos ocasionados por la prohibición como unos cuantos "frutos amargos y podridos" es un eufemismo atroz. ¿Cuántas muertes no se habrían evitado si dejaran de usar dinero de los contribuyentes para imponer puritanismos?
Nadie en su sano juicio diría que la adicción a las drogas es buena, pero uno esperaría que alguien tan preocupado como Arturo porque las personas razonen bien entendería que entre dos males se debe elegir el mal menor. Y entre un mundo con adictos que pueden recurrir a las autoridades y a los sistemas de salud (o donde por lo menos no son criminalizados), o uno donde se criminaliza al consumidor, al productor y al vendedor, y se crean mafias que sólo garantizarán su permanencia mediante el derramamiento de sangre, ¿a alguien sinceramente le cabe alguna duda de cuál es el mal menor?
El artículo de Arturo cae en otras imprecisiones y generalizaciones que, conociéndolo, me sorprende que haga. Por ejemplo, él ignora olímpicamente a los que consumen drogas de manera recreativa y no tienen ningún tipo de adicción o dependencia. ¿Qué hay con ellos? ¿También es justo privarlos de su libertad por lo que —hipotéticamente— harían los demás?
Y claro, está el hecho de que los grados de dependencia/adicción varían radicalmente entre sustancias. Sólo basta con recordar que la marihuana (que está prohibida) es mucho menos adictiva que el alcohol o la nicotina (que están permitidos).
Arturo también reduce la adicción al consumo de la sustancia a pesar de que para que se genere farmacodependencia entran en juego muchos más factores, como el entorno. Por ejemplo, durante la guerra de Vietnam, los soldados estadounidenses consumían regularmente heroína, sin embargo, al volver a casa, más del 90% de ellos paró, y siguieron con sus vidas sin mostrar signos de dependencia ni abstinencia.
Existe un creciente cuerpo de evidencia de que ni siquiera el tabaco y la heroína son intrínsecamente adictivos. En cambio, podrían ser formas en que las personas se automedican cuando han experimentado condiciones psicosociales adversas. Sin esas condiciones, como la pobreza extrema, el aislamiento social o la desesperación total, podrían no encontrar esas sustancias tan adictivas después de todo. Es la explicación del Rat Park.
Por último, pero no menos importante, vale la pena desafiar la afirmación de que el Estado debe proteger a las personas de su propia estupidez, lo que, me temo, no es más que una pendiente resbaladiza para el autoritarismo. Todo, absolutamente todo lo que hacemos en la vida tiene algún grado de riesgo, y depende de cada quién valorar ese riesgo y decidir si lo toma o no. Pretender que el Estado interfiera con la toma de decisiones individuales para restringir que las personas elijamos la opción de mayor riesgo acabaría de tajo con cualquier forma de ocio y entretenimiento ya que, al fin y al cabo, siempre hay mejores cosas en las cuales utilizar el tiempo.
También resulta preocupante que alguien considere siquiera razonable dejar en manos de un Estado como el colombiano la valoración de qué constituye una decisión estúpida y qué no. Sólo en el mundo ideal, que Arturo reconoce que es imposible que exista, podría un Estado determinar qué es estúpido y qué no sin afectar gravemente a sus ciudadanos — muchos lo han intentado y todos han tenido resultados espantosos. ¡Qué extraño se siente tener que explicarle esto a un "partidario de la autonomía individual y antiuribista certificado"!
Ya para terminar, recomiendo visitar el blog de Arturo, Un País Normal. Aunque diferimos sobre la prohibición de las drogas, sus comentarios sobre actualidad nacional son interesantes y, además, siempre es sano discrepar con los amigos y que desafíen nuestras posturas, y coincidir con ellos de vez en cuando — curiosamente, él acaba de estrenar una sección llamada La ignorancia mata, que es como su versión de Colombia, Banana Republic. Asegúrense de dejarle comentarios de aliento o crítica constructiva.
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Publicado en De Avanzada por David Osorio