Estamos a 700 metros de profundidad. Una sombra alargada avanza hacia las profundidades emitiendo una serie de chasquidos en intervalos cada vez más cortos. Debajo, un calamar gigante ha detectado el ataque, posiblemente porque la silueta del cachalote ha sido revelada por los microorganismos bioluminiscentes que se encienden a su paso, pero ya es demasiado tarde. Un instante después, el calamar está entre las fauces del leviatán y ya no tiene escapatoria.
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