Vivir por encima de los 3.000 metros de altitud sigue siendo una capacidad reservada a unas pocas comunidades de la Tierra, dispersadas en los altiplanos de los Andes y el Tíbet. Los individuos que viven en estas regiones se han adaptado a la escasez de oxígeno, las temperaturas extremas y a la radiación solar, con una fisiología mucho más eficiente en estas situaciones. Para el resto de los humanos, en cambio, desenvolverse en estas alturas supone un serio problema. "La primera vez que caminas a 4.500 metros de altitud te sientes como un anciano de 80 años", asegura el arqueólogo Kurt Rademaker. "Te quedas sin respiración si te mueves, te sientes como si hubieras subido escaleras y muy débil".
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