miércoles, 29 de octubre de 2014

La fe y la expansión del Ébola #De Avanzada #noticias




En el New Yorker, Richard Preston tiene un soberbio artículo sobre cómo se expandió el Ébola — un curandero no identificado 'contribuyó' enormemente:

Alrededor del 23 de mayo, una mujer que estaba teniendo un aborto involuntario llegó al hospital. Ella dio negativo para Lassa, pero [el epidemiólogo y experto en filovirus Humarr] Khan sospechó que ella podría tener Ébola. Al final, resultó que ella había estado en el funeral de un curandero que había estado recientemente en Guinea y había muerto después de intentar curar a varias personas enfermas con Ébola.
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Los equipos de epidemiólogos y trabajadores de salud se extendieron desde Kenema e identificaron doce mujeres más que estaban enfermas de Ébola. Todas ellas habían estado en el funeral del curandero.
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En el momento en que el virus llegó a Sierra Leona, viajando en los cuerpos de las mujeres que habían asistido al funeral del curandero, se había convertido en dos enjambres genéticamente distintos. Ambos linajes del virus se trasladaron desde el funeral a Sierra Leona. Para entonces, algunas de las mutaciones estaban haciendo el Ébola menos visible a los exámenes.

Por su parte, Los Angeles Times reseñó a Dorothy Sawer, otra curandera de Liberia que afirmó que el Ébola es una enfermedad espiritual (?) — pero cuando ella se contagió, fue a a un centro de tratamiento, con medicina real.

La guinda del pastel la puso la Iglesia de Liberia: "es culpa de los gays" (!).

A ver, el primer brote, en 1976, se debió a unas monjas católicas que reutilizaron agujas no esterilizadas y ahora, gracias en buena parte a estos charlatanes y sus falsas afirmaciones, tenemos una epidemia que se ha cobrado más de 4.000 vidas humanas.

La historia del Ébola es un triste recordatorio del peligro de cambiar la ciencia por supersticiones y milagros.

(Imagen: CDC Global Health via photopin cc)


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por David Osorio. Página racionalista, atea y escéptica, que promueve la ciencia, la divulgación científica, la razón y los derechos humanos