domingo, 26 de octubre de 2014

“Idiota del grado 33, y descendiente de una procesión ancestral de idiotas que se remontan al eslabón perdido” #Evolutionibus #noticias


Aún estoy riéndome, pero ahora viene la bajona. Edzard Ernst publica en su blog una historia muy real que comienza con homeópatas del siglo XXI (extraño oxímoron) y acaba con curanderos de principios del siglo XX, un viaje en el tiempo en el que aún muchos están sumergidos. No voy a contar el contenido de su historia, pero sí voy a destacar las palabras que el gran Mark Twain le dedicó en una carta a uno de aquellos curanderos de la época que vendía un elixir “curalotodo” (“El elixir de la vida”) cuando este le quería colocar el remedio que curraba tanto la meningitis (que había matado a su hija) como la difteria (que se llevó por delante a otro de sus bebés), además de todo lo demás:


Querido Señor:


Su carta es un enigma insoluble para mí. La letra es buena y presenta carácter considerable, y hay rastros aún de inteligencia en lo que usted dice, sin embargo, la carta y los anuncios que se acompañan profesan ser obra de la misma mano. La persona que escribió los anuncios es, sin duda, la persona más ignorante que ahora vive en el planeta; también, sin duda, él es un idiota, un idiota del grado 33, y descendiente de una procesión ancestral de idiotas que se remontan al eslabón perdido. Me desconcierta a distinguir cómo la misma mano podría haber construido su carta y sus anuncios. Los rompecabezas me preocupan, me molestan los rompecabezas, los rompecabezas me exasperan; y siempre, por un momento, despiertan en mí un estado mental desagradable hacia la persona que me ha desconcertado. Tras unos momentos a partir de ahora mi resentimiento se habrás desvanecido y pasado y estaré probablemente incluso orando por usted; pero mientras hay todavía tiempo me apresuro a desear que usted puede tomar una dosis de su propio veneno por error, y entrar rápidamente en la condenación que usted y todos los demás asesinos de medicina de patente ha ganado tan despiadadamente y hacer tanto merecen.


Adieu, adieu, adieu!


Mark Twain


Y ahora me pregunto si los magníficos y elegantes adjetivos que Twain le regala a su querido curandero no serían apropiados a todos aquellos médicos y farmacias que, 109 años después, siguen prescribiendo, recomendando y vendiendo pócimas mágicas inservibles como remedios terapéuticos contra un sinfín de dolencias. Ahí lo dejo.


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